La regionalización plantea el desafío de definir dónde invertir los recursos: en cuidados intensivos, en el transporte o en la prevención y la atención primaria.
El transporte neonatal debe situarse en el contexto de la atención perinatal regionalizada, que abarca el cuidado de la embarazada y el feto, de la puérpera y de su bebé.
La derivación oportuna de la gestante y el transporte intrauterino del feto mejoran el desenlace de una serie de procesos patológicos neonatales, como la prematuridad extrema y las malformaciones congénitas complejas. Una derivación oportuna para realizar una cesárea puede prevenir la morbilidad y la mortalidad por eventos relacionados con el parto (asfixia). Después del parto, el transporte de la madre y el recién nacido juntos, es esencial para apoyar la lactancia materna exclusiva y el empleo del método madre canguro como medio para controlar la temperatura durante el transporte.
El sistema de transporte neonatal se enfrenta a intervenciones cada vez más complejas y urgentes: la prematuridad extrema con dificultad respiratoria, hipertensión pulmonar y cardiopatía congénita crítica. La progresión en la complejidad sucede en paralelo a la que ocurre en el sistema de salud en su conjunto. El uso racional del transporte requiere atención básica para los recién nacidos con peso de 1800-2500 g o más, en centros de primer nivel, cerca de la comunidad. Los traslados a centros de nivel II están indicados en caso de enfermedad moderada y los centros terciarios quedan reservados para el manejo de los bebés de más alto riesgo, con necesidad de ventilación mecánica, de intervención quirúrgica y otros tratamientos complejos.
A medida que aumenta la gravedad de la enfermedad, aumenta la necesidad de un sistema de transporte centralizado, con personal adiestrado, equipamientos y protocolos apropiados.
El ingreso de la madre y el bebé en el hospital de referencia requiere cambios en la política, el financiamiento y la capacidad.
